La presentación electoral, aún dentro de las organizaciones sindicales, es esencialmente una oportunidad para hacer agitación y propaganda de las ideas clasistas o revolucionarias entre los trabajadores, pero no reemplaza la experiencia directa de la lucha. Ese límite es mucho mayor si las elecciones se hacen en “frío”, como sucede con las próximas elecciones en la CTA controladas por las alas en disputa de la burocracia sindical, donde las posibilidades de influir en el resultado, o lograr que se exprese por esa vía una fracción clasista preponderante, son nulas.
Distintas fueron las elecciones a comisión interna de Kraft del año pasado, por ejemplo, luego de un conflicto histórico donde, con la burocracia de Daer en bancarrota, se jugaba la dirección de la fábrica entre dos corrientes mayoritarias: una clasista impulsada por los revolucionarios del PTS junto a compañeros y compañeras independientes, y otra reformista orientada por la CCC que acababa de firmar la paz social con la empresa, y que habíamos batallado con políticas alternativas en el curso de la propia lucha. Algo similar puede decirse de la elección de delegados en Fate y de Seccional del sindicato del neumático en el 2007 y 2008, luego de la gran lucha donde se echó a Wasiejko en medio de las acciones. El caso de la elección planteada en la CTA está más que lejos de esta situación.
Por otro lado, están surgiendo fenómenos muy positivos entre los trabajadores, en especial entre los precarios que intentan sacar la cabeza, organizarse, salir de su situación de explotación insoportable. La organización de una asamblea de ferroviarios tercerizados es al principio toda una odisea. Una serie de obstáculos que hay que ir salteando. El corte de vías de 9 horas en el ferrocarril Roca que conmovió la escena pública semanas atrás, no fue una irrupción espontánea. Desde las charlas de a uno, a las escondidas, a los primeros grupos que se reúnen clandestinamente, pasando al primer llamado a una asamblea en un local sindical que es “visitado” por una patota de una hinchada de fútbol, hasta poder juntar la cantidad de compañeros necesarios para salir a las vías. Ahí se pone en juego el puesto de trabajo, se exponen a la represión policial y a las patotas de la Unión Ferroviaria vestidos de “pasajeros”. Y allí se interpela a la población sobre la situación de millones de trabajadores en la Argentina que son ciudadanos de segunda, que tienen sueldos de la mitad de lo de sus compañeros mientras hacen el mismo trabajo. Se denuncia que las ganancias de los empresarios se basan en esta situación de precarización que se fue imponiendo desde la dictadura militar, y se asentó en los 90. Se pone en evidencia que el gobierno que habla contra “el neoliberalismo” garantiza que estas condiciones de explotación se continúen, y que en ello coincide con la oposición patronal con la que aparece enemistada. La burocracia sindical, en todas sus alas, se muestra cómplice de esta situación manteniendo a los efectivos separados de sus hermanos de clase.
El grito de “A igual trabajo, igual salario” cuestiona toda esta situación. Si se extiende podría atacar una de las principales conquistas del régimen que garantizan las ganancias de los patrones, grandes, chicos y medianos. Considerar este, desde un escritorio partidario, una “lucha sindical” no puede ser más errado porque de desarrollarse y extenderse pone en cuestión las condiciones de explotación en las que se basa el capitalismo en el país, y por eso enfrenta al gobierno y a la burocracia.
La lucha sindical es la lucha reivindicativa que se da dentro de lo que el régimen burgués permite a los trabajadores. Una vez al año se lucha en paritarias bastante “ordenadas” donde existe una fecha para que comience “la ronda de negociaciones”. Los trabajadores presionan a ver si se consigue mejorar en algo su situación. Salvo algunos casos, estas luchas se mantienen dentro de los parámetros “permitidos”. Difícilmente puedan cuestionar al régimen capitalista, mas allá de que algunas tienen más combatividad. En esta situación de crecimiento capitalista e ilusiones de progreso evolutivo en amplias franjas de los trabajadores en blanco, la lucha de las paritarias puede servir para dotar a los trabajadores de una gimnasia de lucha, para mejorar la organización, su conciencia y el enfrentamiento con la burocracia, pero difícilmente pueden transformarse en luchas políticas.
Las elecciones sindicales habituales no son “luchas políticas”, en el sentido que Lenin daba al término, en tanto desafío de la acción de la clase obrera al poder político burgués, sino agitación de las ideas clasistas. Las luchas políticas son en primer lugar luchas, acciones de la clase obrera que por su disposición combativa y su programa atacan al régimen capitalista, al gobierno y al estado. Para ello, es necesario intervenir en los combates de clase y tratar de dotarlos de un programa que, para dar respuesta a las necesidades acuciantes, no puede más que chocar con las instituciones del régimen y el dominio de los capitalistas. Desandar, por ejemplo, las conquistas capitalistas que se impusieron mediante una dictadura, primero, y con derrotas de grandes luchas contra las privatizaciones en la década neoliberal, luego, precisa de acciones obreras opuestas de la misma intensidad. Para ello la clase obrera tiene que tener en su programa consignas que busquen la unidad de sus filas, que les permitan conseguir aliados para tratar de resolver de forma revolucionaria sus grandes padecimientos. Los obreros de Zanon lo expresaron una y mil veces:“queremos la estatización bajo control obrero de la fábrica, para organizar un plan de obras publicas que le dé trabajo a los desocupados y vivienda al pueblo”. Esto se contrapuso a las meras cooperativas de gestión, pero también a las corrientes de izquierda que basaron su trabajo en los movimientos desocupados como colaterales partidarias con práctica que copiaba los métodos clientelares, mientras (en algunos casos) llevaban adelante un sindicalismo estrecho. Esto lo vimos en el mismo ferrocarril Roca años atrás, donde el PTS fue la única corriente que fue parte, desde los efectivos, de la lucha por puestos de trabajo para los desocupados que a su vez colaboraban en las peleas para reinstalar a los activistas despedidos. Es sintomático, porque el resto de las corrientes de izquierda con presencia en el Ferrocarril tenía trabajo en los desocupados pero jamás quiso unir ambas demandas dando lugar a una extraña orientación que se podría resumir como “planes para los desocupados, aumento de salario para los efectivos”. Los partidos “re-piqueteros” jamás participaron de las luchas que en el Roca permitieron el ingreso de decenas de desocupados. La lucha de toda la clase obrera por la demanda del reparto de las horas de trabajo fue cambiada por un limitado sindicalismo que se acompañó con la formación, más estrecha aun, de “colaterales piqueteras” que se movilizaban, de hecho y mas allá de los discursos, para mantener los planes asistenciales.
Hacer un poco de sindicalismo, un poco de clientelismo y un poco de electoralismo, es lo contrario a la lucha política pero es lamentablemente la práctica de la mayoría de la izquierda, que en algunos casos se acompaña con agrupaciones estudiantiles que se dedican a gestionar “centros de servicios” y alejadas de la luchas de clases. Por más que sea necesario participar de las luchas salariales, de las elecciones y denunciar sistemáticamente al gobierno de turno, considerar que se lleva adelante una “lucha política” -dado que en las luchas salariales “normales” y en las elecciones permitidas por el poder se hace propaganda -, es un infantilismo absurdo. De esa forma inorgánica, jamás se logrará que sectores significativos de la clase obrera avancen un paso real en su enfrentamiento con el gobierno y, por lo tanto, tampoco avance su propia conciencia política.
El PTS busca hacer de cada lucha una batalla de clase, subordina su participación electoral a la intervención en la lucha de clases, desarrolla un programa para que cada lucha real enfrente de forma creciente al gobierno, al régimen y al Estado y le da una importancia de primer orden a la lucha ideológica y teórica. Esta es la única forma de pelear para que sectores de la clase obrera avancen hacia el clasismo y sean la base para la construcción de un verdadero partido revolucionario.
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