Al cierre de este artículo, el proceso revolucionario abierto en Egipto parecía entrar en una etapa decisiva. Aquí se juega la partida más importante de un conjunto de movilizaciones que abarca a numerosos países del mundo árabe, como Túnez, Jordania, Yemen, Marruecos y Argelia, donde la oposición ha anunciado la convocatoria a huelgas y movilizaciones para los próximos días.
En Egipto, el proceso de rebelión obrera y popular tuvo un nuevo hito el 1 de febrero, cuando se movilizaron entre 2 y 4 millones de personas exigiendo la renuncia del dictador Hosni Mubarak, quien dobló la apuesta anunciando que piensa permanecer en el poder hasta las elecciones presidenciales de septiembre, con la única concesión de no presentarse a otra reelección.
Esta maniobra tardía de Mubarak para mantenerse en el poder, como su anterior política de nombrar al jefe de la inteligencia militar, Omar Suleimán, como vicepresidente, parece completamente ineficaz para desmontar el proceso en curso.
El ejército, que se había presentado como “amigo” de las movilizaciones antigubernamentales, está comenzando a mostrar más claramente su juego: después del discurso de Mubarak llamó a las masas a que se “vayan a sus casas” y retomen su vida normal, ya que el gobierno había escuchado su mensaje. Más allá de que Obama salió a exigirle a Mubarak que comience inmediatamente una transición democrática, es posible que esta respuesta del dictador fue discutida no sólo con el ejército sino con el enviado especial de Washington para esta crisis, Frank Wisner, que viene interviniendo activamente para salvar al régimen egipcio.
Como era de esperar, esto fue ampliamente rechazado por quienes desde hace varios días han tomado las calles para poner fin a este régimen dictatorial.
El régimen acudió entonces a sus bandas armadas -formadas por policías y funcionarios- que montados en caballos y camellos se lanzaron este miércoles 2 con palos, cuchillos y golpes de puño contra los manifestantes para retomar la emblemática Plaza de la Liberación en el Cairo, transformada en el epicentro del proceso revolucionario que estremece al país.
Las escenas de los enfrentamientos con piedras y bombas molotov se repitieron durante toda la jornada, contrastando con el clima festivo de los días anteriores. Esta resistencia, que hasta el momento dejó un saldo de al menos cinco muertos y más de 1.500 heridos,, hizo fracasar el ataque de las bandas gubernamentales en su objetivo de poner fin a la movilización y cuando cerramos este artículo la crisis se ha profundizado.
Evidentemente, la insistencia de Mubarak de mantenerse en el poder radicalizó la situación que está llegando a un punto de inflexión, lo que está preocupando seriamente tanto a las potencias imperialistas, empezando por Estados Unidos, como a los gobiernos dictatoriales del mundo árabe, sacudidos por movilizaciones similares.
El statu quo se está volviendo insostenible: o el proceso revolucionario da un salto en su organización y sus objetivos, logra dividir al ejército, principal institución del régimen y del estado capitalista, y derriba a Mubarak, o el régimen intentará ganar tiempo, con la ayuda del ejército y el imperialismo, apostando al desgaste y a la división del movimiento (y eventualmente a la represión), para tratar de poner en marcha una transición ordenada que aleje el fantasma de la revolución.
Las variantes contrarrevolucionarias
Ante el imponente movimiento de masas, el régimen apoyado en el ejército, el imperialismo - en particular el gobierno de Obama-, y la oposición burguesa al régimen de Mubarak están buscando salidas viables para desviar el proceso y evitar que se radicalice.
Sin embargo, la resistencia de Mubarak a dejar el poder polariza la situación e incluso no puede descartarse que este busque mantenerse recurriendo a un baño de sangre, aunque esta posibilidad parece muy riesgosa y podría llevar a la división del ejército.
El ejército, que goza de cierto prestigio popular por estar relacionado con el fin de la monarquía y el ascenso del nacionalismo de Nasser a principios de la década de 1950, tomó de hecho el control de la situación y viene actuando como árbitro y principal sostén del régimen y de Mubarak, a la vez que al negarse a reprimir alimenta en las masas la ilusión de que se puede confiar en las fuerzas armadas. Esta confianza en el ejército fue un elemento clave, hasta el momento, para retrasar la radicalización del proceso.
Otro escenario es que caiga Mubarak pero se mantenga la continuidad del régimen con el vicepresidente Omar Suleimán, un estrecho aliado de Mubarak que goza de la confianza de Estados Unidos por los servicios prestados contra el pueblo palestino, junto al comandante de las fuerzas armadas, Sami Anan. Otra es que a estos personajes se sumen figuras de la oposición burguesa como el ex Director de la Agencia Internacional de Energía Atómica de la ONU, Mohamed ElBaradei, un personaje que contaría, además, con el apoyo de los Hermanos Musulmanes, una organización islamista tradicional y conservadora que es la principal fuerza de oposición a Mubarak. Este gobierno endeble sería el encargado de preparar las elecciones presidenciales.
Aunque Estados Unidos hasta ahora ha sostenido a Mubarak porque teme las consecuencias de su caída revolucionaria y no tiene una alternativa sólida y confiable, su política principal parece ser derrotar al movimiento por la vía de alguna variante de “reacción democrática”, consciente de que una respuesta represiva violenta pueda profundizar el proceso revolucionario y tener repercusiones en toda la región del Magreb que está en virtual estado de rebelión. Esta política de reacción democrática es compartida por las potencias imperialistas de la Unión Europea que ven con temor la posibilidad de que los procesos del Magreb y el Medio Oriente terminen repercutiendo en sus propios países.
Una crisis para el dominio imperialista
Por la importancia geopolítica de Egipto, su peso demográfico y su rol en el mundo árabe, la posibilidad de que una revolución obrera y popular termine con el régimen de Mubarak tendría enormes consecuencias regionales e incluso mundiales.
Egipto es uno de los principales países árabes, con una población de más de 80 millones de habitantes, un fuerte proletariado concentrado, clases medias y pobres urbanos, además de un peso político decisivo.
Desde el punto de vista económico, Egipto es clave para el transporte del petróleo. A través del Canal de Suez y del oleoducto Suez-Mediterráneo, circulan por día unos 3.000 millones de barriles de petróleo desde los países productores del Golfo hasta el Mar Mediterráneo. El temor por un eventual cierre del Canal de Suez podría hacer subir a niveles exorbitantes el precio del petróleo, que ya está registrando un aumento, con consecuencias imprevisibles para la economía mundial, no sólo poniendo en cuestión la débil recuperación de algunos países avanzados, sino el crecimiento de países emergentes como China, lo que repercutiría en el conjunto de la economía capitalista mundial.
Desde el punto de vista de los intereses geopolíticos del imperialismo norteamericano, sería un golpe que profundizaría la decadencia hegemónica de Estados Unidos, que no ha logrado poner fin a las guerras de Irak y Afganistán y tampoco obligar al régimen iraní, que se ha fortalecido como potencia regional, a abandonar su programa nuclear.
Como ocurrió en 1979 con la caída del Sha en Irán, Estados Unidos perdería a un aliado fundamental en la región, considerando que Egipto junto con Jordania son los únicos países árabes que firmaron la paz con el estado sionista de Israel. Mubarak ha sido un baluarte de los intereses norteamericanos, colaborando con la política de opresión sobre el pueblo palestino y justificando su brutal dictadura con el combate contra los grupos islamistas radicales y los Hermanos Musulmanes. Por estos servicios, el régimen de Mubarak recibe de Estados Unidos 1.500 millones de dólares anuales en concepto de ayuda financiera militar, la segunda más importante después de Israel. Por ello, todos los regímenes proimperialistas desde los reaccionarios gobiernos árabes, hasta la corrupta Autoridad Nacional Palestina y el gobierno de ultraderecha israelí de Netanyahu siguen apoyando a Mubarak, ya que su caída abriría una situación de gran inestabilidad que podría cambiar de manera decisiva el equilibrio de fuerzas regional.
Pero sobre todo, una revolución en Egipto sería un ejemplo para los pueblos árabes y musulmanes que se están levantando contra sus propios gobiernos proimperialistas y dictatoriales y tendría enormes consecuencias para la lucha de clases internacional, ya que sería una respuesta revolucionaria de los explotados y oprimidos a la crisis capitalista y el dominio imperialista.
Un programa revolucionario
Las movilizaciones en Túnez que culminaron con la caída del dictador Ben Alí, fueron un catalizador del proceso revolucionario que estalló en Egipto y que puso en escena las aspiraciones profundas de las masas: terminar con la pobreza, con el desempleo, con las obscenas desigualdades sociales y con el régimen dictatorial y proimperialista de Mubarak, que durante 30 años viene garantizando con puño de hierro la estabilidad necesaria para los negocios capitalistas, las privatizaciones y las políticas neoliberales, con la colaboración de una burocracia sindical adicta y un poderoso aparato represivo.
Como resultado de décadas de opresión y explotación, el salario promedio de un trabajador egipcio es de aproximadamente 75 dólares mensuales y la tasa de desocupación asciende a casi el 24%, aunque las estadísticas oficiales la ubiquen en un 12%. Estas condiciones de miseria que sufre al menos un 40% de la población de más de 80 millones de personas, que viven con apenas dos dólares diarios, hacinados en los suburbios de El Cairo y las grandes ciudades del país, se agravaron bajo los efectos de la crisis económica internacional, que llevó el precio de los alimentos básicos por las nubes en un país que es esencialmente importador de trigo y otros alimentos.
El proceso revolucionario abierto hoy en Egipto no surgió de la nada, sino que fue precedido por años de resistencia obrera y popular, en particular de los trabajadores textiles que entre 2006 y 2008 protagonizaron importantes huelgas con ocupación de empresas en la ciudad industrial de Mahalla al norte del país.
Esto explica que hoy los trabajadores egipcios sean una fuerza fundamental en el movimiento de lucha contra el régimen de Mubarak, junto con los jóvenes desocupados y de clase media educada que no consiguen empleo, y los pobres de las ciudades. A pesar de su dirección aliada al régimen, varios sindicatos y organizaciones agrupadas en la coalición 6 de abril (surgida en el proceso de lucha de 2008) han lanzado un llamado a la huelga general que coincidió el 1 de febrero con la llamada marcha del millón y algunos sectores han comenzado un proceso de organización por fuera de la central oficial.
Pero a pesar de la intensidad y masividad de las movilizaciones, el proceso revolucionario aún está en sus etapas iniciales: Mubarak permanece en el poder y el ejército, principal pilar del régimen y el estado capitalista todavía se mantiene intacto. Es necesario que la lucha avance a una huelga general política hasta que caiga Mubarak. Frente a los ataques de bandas armadas irregulares, de la policía y eventualmente del ejército, ya se han constituido algunos comités para defender las movilizaciones; es necesario generalizar la autodefensa obrera y popular para dividir al ejército y a las fuerzas de represión.
Ninguna de las demandas estructurales del movimiento de masas podrá encontrar una respuesta de cualquier gobierno de la burguesía egipcia que reemplace al de Mubarak. ElBaradei que se presenta como alternativa es una de las variantes que maneja el imperialismo como salida transitoria y los Hermanos Musulmanes son una organización que defiende el orden social establecido y cuenta en sus filas a miembros de la acaudalada burguesía local.
Para avanzar de manera decisiva es necesario que la clase obrera en alianza con los jóvenes desocupados y los pobres urbanos y del campo, se dote de sus propios organismos de autoorganización y de un programa y una estrategia revolucionaria independiente del régimen y de las variantes opositoras, que lejos de representar los intereses de los explotados son las válvulas de escape para una transición democrática” que salve a los capitalistas y preserve los intereses del imperialismo. Contra la trampa de las transiciones ordenadas, las elecciones, o la continuidad del régimen con o sin Mubarak- la única salida democrática es la realización de una Asamblea Constituyente Revolucionaria, que aceleraría la experiencia de masas con sus aspiraciones democráticas y sería un impulso para luchar por un gobierno obrero y popular basado en órganos de democracia obrera que expropie a los capitalistas y al imperialismo y sea el primer paso de la revolución socialista en el Magreb y en el conjunto de los países del mundo árabe.
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