La disputa entre el gobierno y la oposición patronal sorprende todos los días con un nuevo giro de comedia. Los mismos Kirchner que una semana atrás embestían contra “el partido judicial”, ahora se valieron de un juez que hizo lugar a un pedido del gobierno para impugnar el dictamen de la Comisión Bicameral contra el decreto presidencial para el uso de las reservas. Desde las oficinas del Grupo Clarín donde se defendía a la corporación judicial, ahora se habla de “lo mal que le hace a la democracia la judicialización de la política”. Lo cierto es que los pronósticos del “partido mediático” sobre que la oposición “republicana”, con los votos que obtuvo en las elecciones del pasado 28 de junio, era “un reaseguro para el normal funcionamiento de las instituciones” resultaron tan creíbles como los índices del INDEC. El “honorable” Senado no logró quórum por dos semanas consecutivas, ya sea por la compra y venta de “los representantes del pueblo” que se pasaron al oficialismo o por la metafórica gastroenteritis de Carlos Menem. La fragmentada oposición muestra su impotencia aún en el “nuevo Congreso” donde el oficialismo perdió la mayoría.
A juzgar por la suba de los bonos de la deuda, la baja del “riesgo país” y otros indicadores “nacionales y populares”, avanza lo que Hugo Moyano y la cúpula de la CGT llamaron la “reinserción revolucionaria en el mercado de capitales” que tiene de sponsor a los banqueros del Barclays y al Citi Bank que asesoran el nuevo canje de la deuda.
Desde el punto de vista del trámite parlamentario, la gran “gesta nacional” de pagar la deuda externa con reservas del Banco Central y reiniciar el ciclo de endeudamiento con el capital financiero, no logra superar el empantanamiento de fuerzas del régimen político. La crisis en las alturas sigue abierta y al sainete le faltas varios actos. Pero como dijo, en un rapto de estadista, el diputado agro-peronista Felipe Solá “la oposición está equivocada si piensa que el Poder Legislativo puede responder golpe por golpe al Poder Ejecutivo, como un boxeador. El que maneja el Estado gana”.
Kirchner tienta a los gobernadores con “una comisión para discutir una ley de coparticipación federal” que, aunque no se concrete, en el lenguaje del realismo político peronista significa la promesa de fondos para paliar los déficit fiscales. Muchas provincias no pueden hacer frente, siquiera, al aumento para los docentes acordado por la nación con la CTERA y está provocando varios conflictos de los trabajadores de la salud. En el mismo sentido, apunta el proyecto de ley del senador pampeano Verna, tomado por el oficialismo como un guiño al peronismo disidente, para que el uso de reservas contemple absorber parte de las deudas de las provincias.
Como cuestión de fondo, el repunte coyuntural de la economía atempera la crisis política. Todo el establishment económico y financiero pide diálogo y distensión. Hasta el cardenal Bergoglio se declara “satisfecho” por el resultado de su visita a la presidenta Cristina Kirchner y el “progresista” Episcopado argentino augura en un comunicado “una convivencia mas armónica, más en paz y celebrar el Bicentenario con mucha serenidad”. La burbuja de los altos precios de las materias primas que son el refugio de los capitales especulativos en la crisis capitalista internacional y la cosecha récord, favorece al gobierno que recauda una lluvia de sojo-dólares, de un lado, y con el IVA al consumo popular que aumenta al ritmo de la inflación, por el otro. Los planes de producción récord de las automotrices multinacionales que el verano del 2009 redujeron su masa salarial con despidos de miles de contratados, suspensiones con rebaja de sueldos y, encima, recibieron subsidios estatales al salario con el Repro, empuja la recuperación de la industria. El gobierno que se jacta de una política que “prioriza el mercado interno” en realidad se vale del auge de la exportación agraria de la soja y la venta de autos a un sector minoritario de la sociedad, mientras la mitad de la clase trabajadora gana menos de 1500 pesos. Esto que dan en llamar “clima de negocios” deja en el aire a los sectores de la oposición patronal más “destituyentes”.
El conjunto de la clase capitalista, aunque mayoritariamente preferiría otro gobierno, está de acuerdo con la medida de la presidenta en “honrar la deuda” porque necesitan financiamiento externo. Se acabaron los tiempos de los abultados sobrantes de recaudación que le permitía a los Kirchner aplicar fuertes subsidios, especialmente a los industriales, y al mismo tiempo mantener una suerte de “bonapartismo fiscal” para sostener el aparato de intendentes y gobernadores afines. El gobierno necesita recursos para reforzar la política que comenzó con el lanzamiento de la asignación por hijo y el plan “Argentina Trabaja” hacia los sectores más pobres que le votaron en contra el 28 de junio, y recuperar base social (y por lo tanto excluye a los movimientos de desocupados que no le responden y se vienen movilizando). Esta apuesta del gobierno es, en esencia, lo que viene enfrentando denodadamente el arco opositor. Pero lo que tienen para ofrecer a cambio es inconfesable. En última instancia, la debilidad de la oposición patronal, su fragmentación y la ausencia de un líder que los unifique, se debe a que el “consenso social” que quedó de la relación de fuerzas del 2001 no admite un programa que permita un más alto desempleo o la guerra abierta a los sindicatos que significarían políticas de ajuste fiscal.
Esta debilidad de fondo de los opositores patronales es lo que lleva a que el ‘gran ganador’ de las pasadas legislativas, el empresario De Narváez, amenace con terminar definitivamente su alianza con el neoliberal Macri y esté negociando disputar su candidatura dentro de la interna del PJ. Y a ilusionar al oficialismo con postular un candidato sucesor para el 2011, que mantenga “el modelo” en una especie de “kirchnerismo sin Kirchner”.
En esta situación la centroizquierda de Pino Solanas y Claudio Lozano está atrapada y sin salida. Han logrado el milagro que una parte de sus simpatizantes prefiera, por la calidad de sus adversarios, a un gobierno que declama abiertamente que es una “gesta nacional y popular” entregarse de cabeza al capital financiero, antes que seguir a unos “progresistas” que hablan “contra la deuda ilegítima” junto al banquero Prat Gay y al macrista Pinedo.
La crisis política es un desenmascaramiento de todos los partidos del régimen de la democracia para ricos, incluida la centroizquierda. En estas páginas intentamos mostrar que lo nuevo está en la vuelta a las calles de las comisiones internas de Kraft y Pepsico que levantaron, desde las plantas industriales de la alimentación, una moción para todo el movimiento obrero en las paritarias donde la CGT intenta poner freno a los reclamos del salario. En los delegados del subte que retomaron la pelea por el reconocimiento de su sindicato independiente de la burocracia de la UTA que pacta con el gobierno y los empresarios los techos al salario por debajo de la inflación. Sus demandas y su lucha son un ejemplo para llevar a todos los lugares de trabajo y gremios del país. Nuestra tarea es que el sindicalismo de base se extienda y se transforme en un punto de apoyo para la construcción de un partido de la clase trabajadora que se prepare para atraer el apoyo de millones para vencer al régimen capitalista
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